19 junio 2014

CERTAMEN DE MICRORRELATOS THE GANCHILLO NATURAL REVOLUTION (XVI)

En la entrada de hoy publicamos el resultado del Primer Certamen de Microrrelatos The Ganchillo Natural Revolution. Antes de nada, quería dar las gracias a todos los que habéis participado y también a los miembros del jurado que han trabajado en la elección del ganador y finalistas. Por otro lado, quería pedir disculpas por algunos errores, especialmente el haber incluido un microrrelato en el concurso que no cumplía las bases, pero que finalmente fue descalificado.


Y ahora sí, el jurado formado por Arantza Portabales Santomé, Beatriz García Turnes, David Lourido Cebreiro, Marcos Taracido Trunk y Susanna Suárez Figueras, ha decidido seleccionar como:

GANADOR el microrrelato nº 4 titulado: Código 10-01 de María González Lebaniegos

y FINALISTAS

N º13 Frío de Mª Carmen Aznar Alcega
Nº 22 Benerice de Samuel De León Páez
Nº 24 Me perdí de Carlos M. Otero
Nº 45 Suturas de Montse Florenza
Nº 52 Supervivencia de hilos de Vicente Fernández Almazán

Aquí los podéis volver a leer:

4. CÓDIGO 10-01
…uno del derecho, dos del revés, uno del derecho, dos del revés… Sentada en el suelo, con la mirada perdida, no podía pensar en otra cosa. Su cuerpo permanecía inmóvil y era incapaz de levantarse.
El agente entró en la habitación. Vio a la chica sentada junto a la pared que daba al norte. Parecía ausente. Miró hacia el lado opuesto. En un charco de sangre, yacía el cuerpo de un hombre, con una aguja de ganchillo (¿o era de calceta?) clavada en el corazón. A su lado, una maraña de ovillos de lana se desperdigaban por la alfombra. Junto a su mano derecha, un arma pequeña había caído. Un claro caso de defensa propia. A veces, los objetos más extraños o los más cotidianos, te salvan la vida. Como aquella vez que…
Su mirada se perdió, como la de aquella chica, y ambos quedaron allí, mudos, sin verse.
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13. FRÍO

Hoy he vuelto a tener frío. Busco calor en una taza de té, pero es efímero. Lo busco en el chal de lana gris, me envuelvo en él, me abrigo. Pero más que calor siento un escalofrío, pues lo que añoro es la tibieza de las manos que lo tejieron, a ganchillo.
Y me invaden recuerdos que se mezclan con el frío: el cesto de los ovillos, las mantas de colores, bufandas, chaquetas de punto…sus manos, que tanto extraño, siempre ocupadas en bellas labores.
Esta tarde, cuando ha acabado mi visita, al salir de la que ahora es su casa, ha empezado el frío. Me hiela el alma verla así, sentada, con “esas manos” apoyadas inertes en la falda y la cabeza habitando en el olvido. Maldito olvido. Y maldito frío.
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 22. BERENICE 

Al entrar en el salón, Berenice se quedó atónita mirándolas. Boquiabierta y aferrada a su nuevo libro, no daba crédito a tal estampa. Allí estaban, las tres. Sentadas en corrillo cotilleando entre sí y tratando de encontrar el inicio de la madeja de estambre.
-¡Te lo dije, Cloto! Que no tardaría en llegar. Ahí la tienes, con la misma cara de arpía de siempre ̶ susurró Aisa.
Sin inmutarse ante su presencia, y sin siquiera levantar sus cabezas para mirarla, continuaron deshilachando el ovillo.
-¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? ̶ preguntó obnubilada Berenice.
-Querida, estamos haciendo ganchillo con tu hilo.
Un golpe seco contra el suelo acompañó el musitar de la tercera.
-¿Quién te mandó a cortar, Aisa? ̶ preguntó irritada Láquesis.
-Lo siento, se me fue la mano ̶ replicó la otra mientras Cloto sacaba una nueva madeja de vida.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 24. ME PERDÍ 
Odiaba la sensación de extravío.
Desde que apareció sobre la faz de la Tierra, el perderse por dondequiera que fuese le resultaba insoportable.
Y se había perdido.
Era incapaz de saber cómo, aunque intuía que la mano ajena que la dominaba había tenido algo que ver. Quizá por eso le parecía, además increíble. Toda su vida habían sabido decirle adónde ir, cómo llegar, cómo volver. Siempre le habían trazado la ruta. La correcta. La única.
Se detuvo unos instantes, observando detenidamente a derecha e izquierda. Todos los caminos le parecían iguales, y sin embargo sólo unoera el que debía seguir. Asaltada por la duda, retrocedió.
No lo pudo hacer peor.
Al recular, quizá cegada por la rabia, arrastró consigo parte de las hebras, rompiendo definitivamente la senda.
Ella, aquella aguja de ganchillo del número 5, de madera de boj, vieja, experta, se había perdido en medio de los puntos. 
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45. SUTURAS

No sé si es porque Miguel vivía a miles de kilómetros de mí, pero la distancia entre nosotros se había ensanchado como el agujero de un calcetín viejo que uno se obstina en seguir usando. Como era invierno, decidí tejerle una bufanda. Confiaba en que sus hilos tendrían la calidad de una sutura con la que podría recomponer nuestra relación maltrecha.

Escogí un hilo de lana gruesa porque su resistencia a la ruptura me pareció conveniente para mi propósito. Me apliqué con entusiasmo a mi labor, pero me faltaba destreza y tenía que hacer y deshacer los puntos constantemente. Aunque el resultado fue una bufanda llena de imperfecciones, la empaqueté y se la envié a Miguel. Quizá él también sepa que no hay bufanda de ganchillo en el mundo en la que no se distinga, si se mira con atención, el rastro de una herida que trató de repararse. 
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52. SUPERVIVENCIA DE HILOS

A esta hora, como cada año, mi madre recuenta, uno a uno, los puntos de ganchillo del jersey que no parece acabar. Es mi regalo de cumpleaños y no quiere que el balance descuadre. Por eso me llama, apurada, con ese fastidio con que pretende ligarme a jornada completa. Quiere que pose otra vez. Y yo obedezco en silencio, muy quieto, mientras hurga en mi cuerpo patrones de su ADN con dos aguja y lana roja. Entonces lo ve: un punto suelto por encima de mi ombligo. Y aunque le digo que no se preocupe, no me hace caso. Y llora, con esa obsesión que le hace enmendar un instante de cordón roto. Pero ya no me oye; ha vuelto a lo suyo después de ovillar un deseo: a ganchillear cicatrices como cada año, desde aquel día de quirófano, con esa continuidad de parir con que se empeña una madre.


En cuánto a los seleccionados por el público, mediante Facebook, son los siguientes: 

GANADOR el microrrelato nº 22 Benerice de Samuel De León Páez  

FINALISTAS
Nº 10 Vera y su ganchillo mágico de Bea Iglesias
Nº 20 Flor de primavera de Noa García
Nº 45 Suturas de Montse Florenza
Nº 46 Una bufanda para Koppel de Ariel Vándor Arrabal
Nº 47 Amor a Ganchillo de Rosa Gloria González González

Aquí están para que hagáis una relectura, si os apetece ;)!



22. BERENICE 

Al entrar en el salón, Berenice se quedó atónita mirándolas. Boquiabierta y aferrada a su nuevo libro, no daba crédito a tal estampa. Allí estaban, las tres. Sentadas en corrillo cotilleando entre sí y tratando de encontrar el inicio de la madeja de estambre.
-¡Te lo dije, Cloto! Que no tardaría en llegar. Ahí la tienes, con la misma cara de arpía de siempre ̶ susurró Aisa.
Sin inmutarse ante su presencia, y sin siquiera levantar sus cabezas para mirarla, continuaron deshilachando el ovillo.
-¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? ̶ preguntó obnubilada Berenice.
-Querida, estamos haciendo ganchillo con tu hilo.
Un golpe seco contra el suelo acompañó el musitar de la tercera.
-¿Quién te mandó a cortar, Aisa? ̶ preguntó irritada Láquesis.
-Lo siento, se me fue la mano ̶ replicó la otra mientras Cloto sacaba una nueva madeja de vida.
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10. VERA Y SU GANCHILLO MÁGICO

Hace algún tiempo, en un bosque de Ourense, Vera conoció a un Hada que le regaló un ganchillo mágico, por su pureza de corazón, con el que tendría un trabajo muy especial que hacer.

Con ese ganchillo tendría que tejer pulseras de vistosos colores, para toda la gente que se cruzara en su camino que no fuese feliz; pues estas pulseras tejidas con ese ganchillo especial hacían que la gente olvidase sus problemas y fuese feliz. Y así Vera, todos los días, teje y teje sin cesar para el mundo poder cambiar.

Por eso, cuando veáis a una niña tejiendo con un ganchillo, no la molestéis, pues quizás sea también mágico y esté trabajando para alguien que lo necesita...
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20. FLOR DE PRIMAVERA

Estoy sola en casa y, otra vez, vienen a por mí. No hay nada que les impida entrar. Las puertas están abiertas. Me empiezo a marear. Enfermedades imposibles invaden mi cuerpo, la desesperación, el miedo, el terror. La muerte y la nada son inminentes. Nadie puede salvarme, excepto yo misma. Voy a por mi arma. No está en su sitio, alguien la ha cogido. Escondida, la encuentro entre los pliegues del sofá. La agarro fuerte y me siento, esperando. En la mano izquierda, hilo rojo. Entonces, con el ganchillo, empiezo a tejer. Una flor de primavera y, por fin, todo vuelve a la calma.
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45. SUTURAS

No sé si es porque Miguel vivía a miles de kilómetros de mí, pero la distancia entre nosotros se había ensanchado como el agujero de un calcetín viejo que uno se obstina en seguir usando. Como era invierno, decidí tejerle una bufanda. Confiaba en que sus hilos tendrían la calidad de una sutura con la que podría recomponer nuestra relación maltrecha.

Escogí un hilo de lana gruesa porque su resistencia a la ruptura me pareció conveniente para mi propósito. Me apliqué con entusiasmo a mi labor, pero me faltaba destreza y tenía que hacer y deshacer los puntos constantemente. Aunque el resultado fue una bufanda llena de imperfecciones, la empaqueté y se la envié a Miguel. Quizá él también sepa que no hay bufanda de ganchillo en el mundo en la que no se distinga, si se mira con atención, el rastro de una herida que trató de repararse.
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46. UNA BUFANDA PARA KOPPEL
Una mañana, durante el desayuno, el viejo Koppel se recostó sobre la mesa y dejó este mundo. No sabemos si se levantó aquel día sólo para morirse, pero sabemos que Eidel, su viuda, halló fotos de otra mujer en su cartera, y sus cartas de amor recientes en su mesa de noche. Se llamaba Zusa. Nunca quiso saber que había alguien, aunque siempre lo supo.
Tras enterarse del fallecimiento, Zusa llamó a Eidel por teléfono. No para darle el pésame, (tampoco para recibirlo), sino porque tenía una bufanda de ganchillo a medio hacer que se había quedado sin destinatario; porque hay algo peor que esa sensación común de que no somos nada: sentir que no somos nadie. Si ninguna persona se enteraba de que alguien había estado tejiendo la bufanda, entonces ese alguien no era nadie.
Eidel hubiera preferido colgar, pero estaba demasiado sorprendida, y se había quedado demasiado sola.
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47. AMOR A GANCHILLO
Ella lo atrajo con una cadeneta. Él le dio unos puntos bajos. Ella le hizo unos puntos altos de relieve tomado por delante. Él cambio el ritmo con un punto alto de relieve tomado por detrás. Ella continuo al punto corrido después de unos trebles dobles y él remató el bodoque dejando el garbanzo en su punto. Con agujetas terminaron juntos bajo el corazón de ganchillo.


Nos hemos puestos en contacto con los ganadores para haceros llegar los premios :)!!!
Muchas gracias a tod*s y hasta otra edición!
 

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