22 mayo 2014

CERTAMEN DE MICRORRELATOS THE GANCHILLO NATURAL REVOLUTION (XII)

¿Unos cuantos microrrelatos más? Aquí tenéis otra entrega de los recibidos....






36. TIRANDO DEL HILO

No lo podía creer, pobre Marisa. Me contó que su marido la engañaba ¡con lo bueno que parecía!

- Sí. Estoy segura, Carmen. Cuando sale del trabajo ya no viene directamente a casa, aunque era para ver el futbol, claro. Nunca me ha hecho mucho caso… y ahora esto.

- Bueno, tranquila Marisa. Si necesitas algo cuenta conmigo.

- ¡claro que sí! Acompáñame, mañana voy a seguirlo, quiero saber con quién está saliendo. Alguna jovencita.

A las seis de la tarde estábamos en una cafetería del Boulevard vigilando a Andrés a la salida de su trabajo.

Cuando lo vimos entrar en aquella tienda de lanas no lo podíamos creer, miramos a través de la ventana y ¡estaba aprendiendo a tejer y a hacer ganchillo! Se lo habían recomendado para relajarse y la sorpresa era un jersey para Marisa. ¡No quisimos tirar del hilo!
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37. TRABAJO EN EQUIPO 

Mi abuela contaba que las monjitas le enseñaron a hacer ganchillo en la escuela. Tanto le gustó, que la aguja se convirtió en su inseparable compañera y en sus ratos de ocio se la podía ver moviéndola con una habilidad y rapidez que solo la práctica y el cariño por lo que se hace, pueden imprimir a los actos.

A los 87 sufrió una fractura de muñeca. Entonces fui yo la que me senté a su lado cada tarde, haciendo cuadraditos de colores bajo su atenta mirada y siguiendo sus instrucciones. Jamás insinuó nada acerca de mi torpeza, en vez de ello, cuando pudo usar su aguja juntó mis “obras de arte” con sus maravillosos aportes y confeccionó una colcha bellísima.

Al año justo dejó de tejer definitivamente. Nuestra obra conjunta suele arroparme y entibiarme el alma. Y cuando la echo mucho de menos, también recoge mis lágrimas. 
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38. ROSILLAS DE COLORES

Su madre la inició en las labores siendo una niña. Al principio no le gustaron. Prefería quedarse leyendo en su cuarto.

Pero cuando consiguió sus primeras rosillas de ganchillo le fue viendo el lado positivo. Y su creatividad floreció al mismo ritmo que rosillas de distintos colores y tamaños invadían su habitación. Las fue guardando en una caja de madera, recuerdo de su abuelo.

Según se hacía mayor y mejoraba su técnica, las rosillas dieron paso a toquillas, gorros, bufandas,... que regalaba a familiares y amigos.

Pensó hacer una colcha con las rosillas que había creado a lo largo de los años.

‘Para mis hijas’, pensó. ‘Y les enseñaré a hacer estas preciosas labores de ganchillo del mismo modo que mi madre me enseñó a mí.’

No pudo cumplir su propósito. Murió sin hijas. La colcha sirvió para engalanar su ataúd el día de su entierro.
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39. TARDES DE TERTULIA

Mientras las abuelas hacían ganchillo, las esposas de los marineros, sentadas bajo las tupidas parras del jardín de alguna vecina, remendaban las velas de los barcos que cada día dejaban la costa para buscar el sustento del pueblo.

Las niñas, mirábamos a nuestras mayores mover sus manos a velocidades vertiginosas confeccionando sus labores. Cuando nos aburríamos, íbamos a la playa a jugar. Cavábamos túneles, buscábamos conchas y algún tesoro olvidado. Nos remojábamos los pies -estaba prohibido bañarse sin la presencia de adultos- esperando divisar alguna botella con el mensaje de un náufrago perdido en alguna isla desierta.

Al caer la tarde volvíamos a casa, donde las mujeres ya se despedían después de una tarde de costura, ganchillo y tertulia.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------40. EL LEGADO DE PENÉLOPE

«Mantener la familia unida es como tejer una larga bufanda que siempre parece demasiado corta», decía mi abuela mientras hilaba y deshilaba las hebras con una soltura y destreza inusitadas para su edad. La recuerdo afanosa, como una Penélope cercana y hogareña, agitando las agujas de ganchillo, tejiendo una especie de chal doméstico al que ella llamaba “mañanita” mientras yo, desde mi corta edad, observaba su quehacer fascinado, preguntándome qué querría decir con aquella frase.

Años más tarde, la importancia de sus palabras finalmente se ha revelado dentro de la mirada satisfecha de mi madre, en cada reunión familiar, entre las cadenetas interminables que recorren sus manos nervudas y que conforman junto con su presencia el tejido inmaterial y consistente que nos mantiene unidos.













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